El poder abasí llegó a su apogeo. Harún (Aaron el Justo, Califa de Bagdad en el 786 dC.) atacó repetidamente Asia Menor, pero siempre, al parecer, en respuesta de alguna agresión del Imperio Bizantino. Después de una de éstas agresiones, Harún escribió una famosa y breve réplica al emperador bizantino: “He recibido tu carta hijo de un infiel, y no oirás mi respuesta, la verás”. (El Cercano Oriente, Isaac Asimov).


jueves, febrero 13, 2014

El señor de la guerra (1965)


Cartel original de la película (1965)

Director: Franklin J. Schaffner

Guión: John Collier y Millard Kaufman

Productora: Universal Pictures

Reparto: Charlton Heston (Crisagón), Richard Boone (Bors), Rosemary Forsyth (Bronwyn), Guy Stockewell (Draco), Maurice Evans (el cura), Niall McGinnis (el patriarca), James Farentino (hijo del jefe tribal), Henry Wilcoxon (Rey de Frisia).

Tras varias décadas al servicio del Duque de Normandía, Crisagón de la Cruz recibe un pequeño feudo en el confín nororiental del país sobre el que se ensaña una extraña rumorología. Cuentan los trotamundos que allí se han apeado, que tres despiadados jinetes (la peste, el paganismo y la espada) recorren a sus anchas los polvorientos caminos, desafiando a todos aquellos incautos que tratan de imponer su señorío.

Mayor que la impopularidad del lugar es el deseo de Crisagón por aposentar su dominio sobre un territorio al que llamar hogar, por lo que acepta sin titubeos la concesión ducal. A ello le empuja también la oportunidad de restaurar el honor de su familia, ya que la aldea limita con el Reino de Frisia, cuyo gobernante guarda una relación estrecha con los padecimientos pasados. Y es que Crisagón era todavía un niño cuando el Rey de Frisia capturó a su padre y exigió para su liberación el pago de un cuantioso rescate que arruinó la hacienda familiar.

A los pocos días de que el caballero normando asuma los mandos en la aldea surge la oportunidad de saciar su sed de venganza ya que los frisones perpetran una incursión dirigidos por el mismísimo caudillo. Crisagón y sus hombres se baten con gallardía y ponen en fuga a los invasores, pero entre los despojos no hay pista alguna de su rival, el rey ha salvado el pellejo. Lo que encuentran  es a un retoño de dicho pueblo, cuyos ropajes atestiguan alcurnia y al que toman como cautivo. Entre todos los asistentes, sólo el bufón se percata de qué el linaje de éste muchacho apunta a lo más alto del escalafón, ya que halla entre la maleza un colgante de oro que éste escondió al verse acosado. 

Tras el combate, la vida en el pueblo vuelve a su normalidad y entre los quehaceres cotidianos se anuncia el enlace entre el hijo del patriarca de la villa con una aldeana llamada Bronwyn que desentona con los lugareños, pues si estos son bajos, chatos y feos, la mujer es alta, de rostro sensual y de belleza principesca. Crisagón queda prendido al instante de aquella joven y se convierte en una malsana obsesión que es incapaz de controlar. Desairado consigo mismo y con la propia muchacha, que en un primer momento repele las arremetidas amorosas del caballero normando, recurre a las costumbres paganas y reclama el uso del derecho de pernada, que se consuma durante la primera noche tras los esponsales.

El jefe de la villa acata la ley a costa del pesar que le causa a su hijo. Le impone eso sí, la obligatoriedad de devolver la muchacha al alba pero cuando llega el momento crucial, Crisagón recurre a la fuerza y decide hacer de Bronwyn su mujer. El patriarca y su hijo se encolerizan y enardecen al pueblo hasta el punto de romper los vínculos de vasallaje que le atan al normando, declarándose una abierta hostilidad entre gobernados y gobernante. 

Aunque algunos aldeanos son partidarios del enfrentamiento directo, el jefe de la villa les convence de buscar ayuda exterior, dado que ellos son vulgares campesinos poco habilidosos en el manejo de las armas. Y mientras se preguntan cómo persuadir a los frisones entra en escena el bufón de Crisagón, quién airado con su señor deserta de su lado y se suma al bando villano. El guasón delata de la existencia del muchacho cautivo a los lugareños quienes obtienen el señuelo que anhelan.

Las suposiciones son certeras y el Rey de Frisia desembarca con una enorme hueste dispuesto a recuperar al vástago que daba por muerto. Primero tratará de hacerlo por las buenas, adelantándose él mismo hacía el torreón de Crisagón para exigir su devolución. Draco, el hermano del caballero normando, le insta a rechazar toda liberación sin un pago proporcional a su alcurnia y el combate se resuelve inevitable.

El primer ataque viene acompañado de la construcción de un sólido ariete que pone en aprietos a los defensores. Los frisones llegan los pies de la fortaleza e incendian la poterna, dejando al descubierto una obertura por la que adentran los más bravos. La situación rezuma gravedad pero el audaz sargento de armas, Bors, se las ingenia para acabar con la infernal máquina de asedio. Desciende por la torre del homenaje hacía el embarcadero y rescata una pequeña ancla de uno de los botes amarrados. Con su tesoro al hombro se enfila de nuevo por el torreón, no sin dificultades, pues algunos frisones se percatan de su presencia y le precipitan una incesante lluvia de flechas. Cuando llega a las almenas, lanza el garfio al ariete consiguiendo que quede bien sujeto a su armazón y la guarnición al completo, incluido el propio párroco de la villa, comienza a tirar de la cuerda hasta que la estructura cede, dándose por desbaratado el asalto.

En el segundo embate los frisones se refugian en la noche, sirviéndose de su oscuridad para ocultarse de las flechas de los defensores. Los normados parecen no atinar en aquellos blancos en movimiento, así que Crisagón y su fiel sargento de armas, Bors, se parapetan espada en mano en el recinto de la guardia desde dónde tratan de mantener a raya a los atacantes. Cuando la muchedumbre infesta la posición del caballero, desde las almenas de la torre, sus hombres comienzan a verter ollas de aceite hirviendo sobre los incautos asaltantes, que sólo van protegidos con improvisadas gavillas de heno. El fuego se extiende entre los asaltantes que una vez  más ponen pies en polvorosa.

El siguiente ataque se demora varios días, dando una primera sensación de agotamiento en ambos bandos. Los frisones han recibido más pérdidas, dado su situación de atacantes, pero en su bando no ha cundido el desánimo como sí lo ha hecho en el normando. Para estos desdichados la situación es tan desesperada que Crisagón encomienda a su hermano la suicida misión de atravesar las líneas enemigas en busca del socorro.

En el otro bando, trabajando codo con codo y de Sol a Sol, aldeanos y frisones erigen una temible torre de asedio. Sirviéndose de su superioridad numérica, forzarán a los normandos a combatir en dos posiciones, en lo alto del bastión y abajo, sobre el puente de acceso.

Los agresores avanzan a paso firme cubiertos por su soberbia torre de asedio, mientras las flechas de los sitiados se quiebran al chocar contra las pieles curtidas que actúan de parapeto. La batalla se entabla tal y cómo la ideó el caudillo frisón y las bajas comienzan a ser inasumibles para los normandos. Uno tras otro, los arqueros defensores se precipitan asaeteados desde sus barbacanas y se pierden en las pestilentes aguas del foso. Los que sobreviven lo tienen mucho peor, pues llega el cuerpo a cuerpo y la mortandad deviene espantosa. Normandos y frisones caen atravesados por el frío acero de sus espadas. La resistencia de los asediados se encuentra al límite cuando cae del cielo un proyectil incendiario que enmudece al campo de batalla.  Se trata de artillería pesada. Increíblemente, la misión de Draco se ha saldado con éxito y éste vuelve acompañado de un nutrido grupo de tropas ducales que consiguen romper el cerco y guarecerse en la torre del homenaje. 

Tras la euforia inicial, surgen las disputas en el bando normando. Draco, quién siempre se ha sentido ensombrecido por su hermano, ha convencido al Duque para asumir el mando, y se dispone a resolver el entuerto dando un ultimátum al Rey de Frisia para consumar el pago del rescate. A cada negativa, le amenaza, cercenará un miembro al príncipe. 

El honor de caballero obliga a Crisagón a defender la vida del muchacho. Colérico, Draco pierde los estribos y se precipita sobre su hermano dando espadazos a diestro y siniestro. Crisagón no ha tenido tiempo para dotarse de un arma, pero su ardor guerrero es muy superior al de su hermano, quién haraganeaba en la Corte del Duque, mientras él se batía a vida o muerte en situaciones dignas de pesadilla. En plena trifulca Crisagón le arrebata el puñal del cinto a su hermano, y con una instintiva estocada se la ensarta entre el peto y el espaldar, quedando despachado en breves minutos.

Crisagón siente una gran pesadumbre por los acontecimientos que se han sucedido desde su llegada a estas tierras impías y se decide a poner fin al conflicto. A lomos de su alazán, marcha hacía el campamento enemigo para parlamentar con su caudillo y sin exigirle rescate o condición alguna, le devuelve a su vástago, dejando atónitos a los frisones y conmocionando al viejo corazón del Rey, quien trata de premiar su magnanimidad ofreciéndole un título nobiliario y tierras en su patria. Crisagón titubea ante tal oferta, pero su fiel vasallo Bors le insta a aceptar, dado que en Normandía nada bueno deben esperar del Duque salvo el cadalso o la reclusión perpetua. Cuando el Duque se entere de qué ha matado a su hermano estará acabado. La única condición que exige Crysagon, es que le permita llevarse consigo a su amada Bronwyn lo que no supone ningún impedimento para el Rey.

El camino a los brazos de Bronwyn se hace para Crisagón una eternidad, pues su mente se debate entre la esperanza y el miedo. Al fin se reúnen y por primera vez se sienten dichosos al contemplarse el uno al otro. La tormenta deja paso a la claridad del día; pero es sólo un caprichosa ilusión del Hado, qué ya ha tejido su propio destino para ambos. El hijo del jefe tribal les acecha en la espesura del robledal dispuesto al desquite. Cuando los tiene al alcance, se abalanza  como un pantera sobre sus víctimas. Crisagón recibe una tajada que le desgarra el brazo derecho, dejándolo fuera de combate al instante. Luego se dispone a acabar con Bronwyn y blandiendo amenazante su ennegrecida hoz se abalanza sobre ella. Apenas un suspiro antes de descargar el golpe letal irrumpe Bors, quien arrolla con su caballo al campesino y lo empotra a un tronco descarriado.

Tanto Bronwyn como Crisagón han sobrevivido a la emboscada pero las heridas del caballero son tan graves que mantenerse erguido es ya todo un milagro. Bronwyn flaquea, pero el normando sin embargo le apremia a seguir adelante con su plan, ella también tiene que huir, ya que los aldeanos harán de ella su chivo expiatorio.

El instinto de supervivencia acaba imponiéndose y Bronwyn parte hacía Frisia, acompañado por el simpático cura. Impasibles y en dirección opuesta, Crisagón y Bors cabalgan sobre sus monturas hacía el futuro incierto de la Corte, dónde aplacarán la ira del Duque o caerán bajo el hacha de su verdugo.



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