Bertrand Russell (Trellech, 1982 – Penrhyndeudraeth, 1970) es una de las
grandes autoridades del ateísmo. En 1927 publicó Why I am not a Christian and other essays on religion and related
subjects[1] , donde
expone su criterio sobre los principios religiosos cristianos. El título del
libro se tomó prestado de una conferencia celebrada el 6 de marzo de dicho año
en el Ayuntamiento de Battersea (Londres) donde Russell acudió como ponente
invitado de la Sociedad Laica Nacional. Dado la imposibilidad de reproducirla
íntegramente, se expondrán los principales planteamientos y argumentaciones.
¿Por qué no soy cristiano?
Russell considera que un cristiano del siglo XX debe de cumplir, como
mínimo, tres obligaciones, a saber: creer en Dios, tener convencimiento de la
inmortalidad del alma y considerar que si no el Mesías, Cristo fue al menos el
mejor de los hombres.
A continuación contrarresta los argumentos que la Iglesia ha utilizado para
corroborar racionalmente la existencia de la divinidad:
La causa primera
Los primeros cristianos consideraron que Dios era la causa primera del
todo porque todo, argüían, debía de tener una causa. Russell recurre a John Stuart Mill quién
rebatió este silogismo mediante la formulación de la siguiente pregunta: ¿Y
quién hizo a Dios? Solo hay dos respuestas posibles, si Dios no tiene causa, como afirman algunos
teólogos, el mundo tampoco necesita de una para existir. Y si Dios tiene causa,
cavila el conferenciante, ¿quién diantre es esa entidad?
Argumento de la ley natural
A partir del siglo XVIII la influencia de la cosmogonía de Isaac Newton
llevó al cristianismo a contemplar la mano divina en las leyes de la
naturaleza. El caso que ilustra el ponente es revelador, la autoridad
eclesiástica sostenía que los planetas giraban en torno al Sol por obediencia
de Dios, quien diseñó la ley de la gravitación. Russell afirma que esas leyes
naturales son convencionalismos humanos. En el mejor de los casos, insiste, no
son más que una mera descripción de cómo
ocurren las cosas. Por ejemplo, un metro estelar sigue teniendo cien
centímetros terrestres pero ello no implica que exista ley natural alguna. ¿Y por
qué haría Dios unas u otras leyes? A esta pregunta los cristianos solo pueden
responder con dos explicaciones. La primera, que la Divinidad es caprichosa. De
ser así, sostiene Russell, el propio argumento de la ley natural se deshace,
porque hay algo que se escapa a su ley. La segunda posibilidad, más ortodoxa,
defiende que la intencionalidad divina es la razón. Russell se jacta que de ser
certera esta apreciación, Dios no es más que un mero intermediario de una ley
ajena y anterior y él.
El argumento del plan
Los teístas defendieron la idea de que el mundo está diseñado por Dios
de la mejor manera posible para que todo ser humano pueda vivir en él. Si el
mundo variase, soslayaban, dejaría de ser habitable. Russell ve ridículo este
razonamiento, ya que con toda su omnipotencia y omnisciencia, la Divinidad ha
sido incapaz de crear un mundo mejor.
Los argumentos morales de la deidad
En Crítica de la razón pura,
Kant desechó los tres argumentos anteriores, pero encontró uno que le
encandiló, el de la moral, cuya popularidad se extendió durante el siglo XIX.
Según Kant, no se podría distinguir el bien del mal sin la existencia de Dios.
El filósofo galés sostiene que si Dios creó el mal, deja de ser una entidad bondadosa
y por lo tanto no es un ser digno de alabanza. Y si por el contrario, bien y
mal son independientes y anteriores a Dios, entonces se reincide en el problema
de la divinidad pretérita a la que Dios está sujeto. Levantando la sonrisa cómplice
del auditorio, Russell afirma compartir el criterio de los
gnósticos, quienes defendieron con ahínco que el mundo lo hizo el Demonio
durante un descuido de Dios.
El argumento del remedio de la injusticia
Los deístas consideraron que la existencia de Dios era necesaria para
traer la justicia al mundo, tanto al terrenal como o al espiritual. El autor
reflexiona acerca de las grandes injusticias que gobiernan la realidad, donde
prospera lo malo y se pervierte lo bueno. De existir el Más Allá, afirma
socarrón, también allí deben de imperar los mismos parámetros.
En adelante, el ponente dedica unos minutos contrarrestar el imaginario
mesiánico de Cristo:
El carácter de Cristo.
El autor no comparte la opinión de que Cristo fue el mejor y más sabio
de los hombres. Da pruebas fehacientes de que su discurso se parece al de otros
hombres que le precedieron como Buda o Lao-Tse[2].
Defectos de la enseñanza de Cristo
Dejando de lado el problema de la existencia histórica, el filósofo
analítico considera que el mensaje apocalíptico de Jesús, tal y como aparece en
los Evangelios, supone el descreimiento de su figura.
El problema moral
Jesús predicaba el castigo eterno para aquellos que no creían en su
doctrina o llevaban una vida pecaminosa. En Mateo 25:41 se lee «Apartaos de mí malditos; id al fuego eterno»
y en Mateo 23:33 se observa con estupor como amedrenta a los escribas del
templo con rudeza: «¡Serpientes, raza de
víboras! ¿Cómo podrán escapar de la Gehena?». Russell sostiene que el Jesús
evangélico ni desprende sabiduría ni conviene objeto ser objeto de devoción.
El británico reserva las palabras más duras para la Iglesia organizada:
El factor emocional
Afirma que durante las épocas de mayor religiosidad, el ser humano ha
cometido las mayores atrocidades. Todo paso por avanzar en la moralidad ha sido
obstaculizado sistemáticamente por las instituciones eclesiásticas.
Cómo las Iglesias han retardado el progreso
Russell está convencido de que la moralidad de la Iglesia ha obligado a
los hombres a padecer sufrimientos innecesarios e inmerecidos. Y eso se debe a
que su ética, la ha construido a partir de un escaso número de reglas de
conducta que no tienen nada que ver con la felicidad humana.
El miedo, fundamento de la religión
El ponente sostiene que la base de la religión es el miedo a la muerte.
La Iglesia, compara, «es como el hermano mayor que viene a protegernos».
Bertrand Russell concluyó la exposición con una exhortación a construir
un mundo mejor guiándonos por la inteligencia, en sus propias palabras:
«Toda nuestra concepción de Dios es una concepción derivada del antiguo
despotismo oriental. Es una concepción indigna de hombres libres. Cuando en la
Iglesia se oye a la gente humillarse y proclamarse miserablemente pecadora,
etcétera parece algo despreciable e indigno de seres humanos que se respeten.
Debemos mantenernos en pie y mirar al mundo de cara… Un mundo nuevo necesita
conocimientos, bondad y valor; no necesita el pesaroso anhelo del pasado, ni el
aherrojamiento de la inteligencia libre mediante las palabras proferidas hace
mucho tiempo por hombres ignorantes. Necesita criterio sin temor y una inteligencia
libre.»
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