Min, Ancheé. Madame Mao. Grijalbo Mondadori. Barcelona, 2.000.
Ancheé Min nació en 1957 en la provincia de Shangai, dónde se educó bajo el riguroso yugo del maoísmo: siendo destacada líder de los Pequeños Guardias Rojos durante su infancia e internada a los 17 años en un campo de reeducación como recolectora de algodón. Ya convertida en mujer, fue escogida para interpretar el papel de Madame Mao en una de las muchas obras dramáticas orientadas al adoctrinamiento político de la población; actuación que no ejecutaría por la caída en desgracia del personaje. En 1984 tuvo que huir a los Estados Unidos para salvar el pellejo ante las incesantes purgas cuyo objetivo eran los colaboradores de la Banda de los Cuatro. En el país de acogida y hasta nuestros días se dedica a la vida literaria, publicando diversos títulos sobre la historia reciente de su patria: La ciudad prohibida, La última emperatriz, Azalea roja y La perla de China.
La obra es una biografía novelada y redentora
de la que fuera cuarta esposa del líder comunista chino Mao Zedong.
Madame Mao es sólo un alías bajo el cual se
esconden Yunhe, Lang Ging o la camarada Jiang Qing, nombres por los que fue
conocido el personaje durante los diversos momentos de su vida; y que sirven a
Ancheé Min para estructurar su narración. Recoge momentos vitales como su trágica infancia, marcada
por el abandono materno; la efímera pero exitosa carrera sobre los escenarios,
en su papel de Nora de la Casa de Muñecas
de Ibsen; y su forja cómo activista
roja en los campamentos de entrenamiento de Yenan, donde conoció a Mao, hombre
que la embelesó para el resto de sus días.
Historiográficamente, lo más
interesante radica precisamente en la recreación de aquellos días[1] en los que la protagonista fue cónyuge del “Sol Rojo y salvador del Pueblo”.
Junto a él, vive la efervescencia de El Gran Salto hacía delante (1958-60) y la
Revolución Cultural (1961-69); procesos que se cobrarían hasta 70 millones de
muertos y en los que tanto el otro compartieron responsabilidad.
La motivación de la escritora reside
precisamente en exonerar de culpabilidad a Jiang Qing de los crímenes cometidos
contra la Humanidad; caracterizándola de ser una mera instrumentalización de
Mao; por quién sentía una adoración mística e inquebrantable. Según
la escritora, fue el amor hacía su marido, pese a sus reiterados engaños y
vejaciones, lo que le impidió comprender los males que estaba causando,
desatendiendo sin miramientos los ahogados gritos de clemencia de sus víctimas.
[1] Si bien novelescos, fruto del testimonio directo y de una
exhaustiva investigación de documentación.
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