Maeztu, Ramiro de. El espíritu y el poder. Acción española. Madrid, 1936. Núm. 86, pág. 63-85.
1. Crisis
económica.
Maeztu constata que el origen de la crisis
económica acaecida durante el período de entreguerras tiene un origen
espiritual. El espíritu, sugería el filósofo, se vio imbuido por
el materialismo de las sociedades modernas; sólo así se
podía entender la aseveración de que un exceso de producción empobrecía a las
sociedades. Las gentes deliraban en un consumismo de productos superfluos
ó industriales, cuyo coste era cada vez mayor, con la consecuente devaluación
los productos básicos o agrícolas.
2. El
espíritu del capitalismo.
Se percata de cómo el Capitalismo americano no atribuye
su origen a su propia naturaleza, como definió Marx, sino que busca un
referente en el plano espiritual, que encuentra básicamente en Webber (La ética protestante y el espíritu del capitalismo;1905).
La teoría del alemán sostiene la preminencia histórica en Occidente de los
países protestantes sobre los católicos, en la medida que los primeros no se
ven lastrados por el ascetismo, la contemplación y el gasto superfluo de los
segundos. La conciencia del trabajo en el ámbito protestante (con especial virulencia en el mundo calvinista), fue en aquellos lares el pilar fundamental para
alcanzar la salvación ultraterrena entre los siglos XVI y XVIII.
3. El
poderío militar.
Considera que la fuerza militar que desarrollan los
Estados determina su posición en el Mundo, hecho incuestionable pero
que según el autor no es suficiente como para
convertirse en un valor instrumental que alcanzar. La virtud guerrera de
un pueblo (culto al valor, al honor y al heroísmo) puede encumbrarlo a un período
de hegemonía y apogeo, pero no persiste en el tiempo sino viene acompañada de la fuerza del
amor y del saber.
4. La
ciencia del poder.
Tomando prestado de Benjamin Kidd la definición de poder:
“como la ciencia de organizar el espíritu individual en el servicio de lo
universal”, el pensador sostiene que la finalidad de las personas es por
naturaleza egoísta, pero es la sociedad, quién a través de la religión,
sabe domeñar los impulsos y hacerlos beneficiosos para el resto. Un claro
ejemplo lo fueron la Alemania, Italia y Japón de los años treinta. Maeztu asume lo anterior pero matiza que es el amor y
el saber lo que actúa sobre el poder. Agrega además, que la sociedad, como depositaria del compromiso, debe de procurar la realización ulterior y el bienestar
del hombre.
5. Orden
del espíritu.
El filósofo de Vitoria posee una concepción
teológica del Ser Humano; que a su parecer se desdobla en un espíritu
tripartito fruto de la unidad del poder, del saber y del amor. La propia
naturaleza del hombre, arrojado por su amor, lo lleva a la búsqueda de lo
infinito porque participa en las mismas esencias de la Divinidad.
6. El
desorden y la Gracia.
La visión histórica de Maeztu es caótica porque considera que
los hombres tropiezan una revolución tras otra. Todos ellos cometen
los mismos errores: se guían por criterios pelagianistas, es decir, que sólo
confían el sí mismos y no depositan confianza en Dios. El vasco propone una conciliación entre la lógica y la fe, entre los espiritual y el esfuerzo físico.
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