Mir i Sans, Joaquim. Sempre han tingut bec les oques. Adesiara. Martorell, 2012.
Joaquim Mir i Sans (Barcelona, 1858-1919). Hijo
de la burguesía, se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona en el
1881, obteniendo su Doctorado en Madrid al año siguiente. Fue miembro fundador
del Institut d’Estudis Català,
primera de las instituciones académicas de la región que siguió un criterio
científico en el estudio de la Historia.
Jamás
recibió formación reglada en dicho campo, lo que despertó suspicacia y recelo
en algunos historiadores, quienes lo tildaron de arribista. Lo cierto es
que gran parte de su ataque se cebó en lo personal, pues muchos no perdonaron
lo que fue una de sus mayores debilidades: los burdeles.
Su
otra pasión fueron los viajes. Recorrió varios de los países norteafricanos y
del Próximo Oriente, para conocer de primera mano las ruinas y los tesoros
dejados por las civilizaciones antiguas.
Lo
que no puede negarse en modo alguno es su adhesión al positivismo, ya que sus
obras fueron fruto de la exhaustiva indagación documental, habiendo constancia
de numerosas visitas a los grandes archivos europeos, como los de Madrid,
Sevilla, Gante o París.
Entre
sus principales obras se hallan Investigación
histórica sobre los Vizcondes de Castellbó, con datos inéditos de los Condes de
Urgell y los Vizcondes de Ager (1900), Les
cases de templers i hospitalers en Catalunya (1910) y este que nos trae en
esta ocasión: Sempre han tingut bec les
oques (1906).
Si muchos
fueron sus detractores, otros tantos lo laudaron. Y no sólo por su obra, sino
también por el meritorio hallazgo de un documento trascendental en el
desarrollo de la cultura regional, como lo fue el primer manuscrito
en lengua catalana, perteneciente al siglo XIII y publicados por él mismo bajo
el nombre de Homilies d’Organyà[1].
Acercándonos
al final de su vida, en el año 1909, recibió el reconocimiento por promover el
uso del catalán como lengua de cultura, ingresando en la Reial Academia de Bones Lletres.
Sempre han tingut bec les oques[2].
Apuntacions per a la història dels costums privats es
un libro que nació con la intención de desmitificar el pasado histórico de la
Edad Media catalana, que debe su origen a la Renaixença[3]. El instrumento que
utiliza para ello es la microhistoria, un género por el que el autor sentía
una fuerte atracción.
Como fuente se sirvió de varios pliegues de documentación
jurídica y notarial extraídos del Archivo de la Corona de Aragón y
de las comarcas del derredor, en los que se instruye a personajes de distinta
raigambre social.
En
ellos se observa como la corrupción se extendía a todos los niveles de la
sociedad, con la salvedad de qué los grandes se amparaban en su condición
para salir airosos de las innumerables tropelías que cometían. Los chicos, naturalmente, no disponían de
medios para eludir la justicia.
Aunque
parezca imposible, la corrupción política y monetaria era mayor en aquella
época que en la presente. Los casos seleccionados por Miret i
Sans ponen de manifiesto hasta qué punto el delito vertebraba las relaciones políticas, siendo muy comunes la simonía, la malversación de fondos y el abuso de la autoridad pública. El cargo de delegado real, por ejemplo, fue unos de los más codiciados
por las gentes de alcurnia, pues en él veían el instrumento necesario para
legitimar sus fechorías. Todo era posible si se hacía “En el nombre del Rey”.
En lo social, el vicio se reflejaba en los hábitos sexuales. Los desmanes más perseguidos fueron la
sodomía, el incesto y el proxenetismo. Nobles y clérigos de rancio abolengo
eran ínclitos a éste tipo de usos, que acometían sobre aquellos desdichados que se cruzaban por su camino. En muchas ocasiones, los agraviados eran
conscientes de su vulnerabilidad ante la ley, por lo que trataban de llegar a
un acuerdo con el opresor, quién le daba un aguinaldo para evitar el injurio de su reputación. Esto era lo que más preocupaba a los poderosos, porque la ley, como delatan los estudios de Miret i Sans, les hacía prácticamente invulnerables. Las pocas veces que eran declarados culpables,
apelaban al privilegio, buscaban el amparo de un poder superior que instara el veredicto o se cuidaban de que un
lacayo asumiera sus crímenes.
Una
última idea que trastorna por completo el imaginario de la Edad Media es el generalizado ateísmo que imperaba en
aquella época, siguiendo la gradualidad de qué a mayor dignidad más férreo era su
descreimiento en lo trascendental. Nada que reprochar si se trataba de seglares, pero lo cierto es
que hay testimonios de que la negación de Dios había arraigado con fuerza en miembros
de la comunidad religiosa.
[1]
Se trata de unas anotaciones al margen de las exhortaciones teológicas, en
dónde un presunto canónigo anotó la traducción del latín a su lengua vernácula.
[2]
Una locución aproximada en español es la siguiente “En todas
partes cuecen habas”.
[3]
Como movimiento cultural es una extensión del Romanticismo europeo, que en
plena exaltación del patriotismo, dulcificó y creó un pasado histórico a su medida. En la
región catalana supuso también el reencuentro del idioma regional, el catalán,
con la producción literaria, cuyos últimos estertores se remontaban al siglo
XV.
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